Prólogo

¿Quién fue el estúpido que definió la belleza? ¿Quién le puso fronteras a los ojos y límites a lo que observan? ¿Quién estableció cánones, medidas, proporciones? ¿Quién bendijo con la belleza y estigmatizo con la fealdad? Díganme, ¿quién?

Me gustaría encontrarme con la persona que dividió a las mujeres en guapas y feas, con quien incrustó estúpidas mentalidades separatistas en los hombres, con quien idealizó una imagen, la puso sobre un pedestal y obligó a adorarla, olvidando decir que las imágenes son planas y carecen de fondo.

Quiero, desde aquí, tratar de romper esas barreras, ofreciendo al mundo mi visión (de hombre) de las mujeres. Una visión masculinista, que se queda en lo puramente físico, en lo poéticamente carnal. No quiero ir al trasfondo, pues toda persona es un vasto océano que ni ella misma puede cruzar. Me anclaré en lo material, explorando los pliegues de la carne, las curvas donde derrapa el deseo y los recodos, recovecos, madrigueras y escondites donde buscamos, o mejor dicho encontramos, la lascivia en un cuerpo de mujer. Al fin y al cabo es lo primero que hacemos los hombres.

Gordas, flacas, altas, bajas, blancas, negras, jóvenes, maduras, exuberantes, planas: no importa. Toda mujer, sea madre, esposa, señorita o doncella, es un ángel de lujuria encadenado; toda fémina, sea agraciada o no, es hija de Venus.

Ya pueden gritarme esas exageradas feministas que hay por ahí mientras esculpo este homenaje a la mujer. Si se sienten ofendidas, si se sienten tratadas como mero objeto sexual, será una indignación que yo no he buscado pero que ellas han encontrado. Y es que hay gente que trata de llevar las diferencias sexuales más allá, ignorando (inocente o deliberadamente) que, con independencia de los órganos con que orinamos y alcanzamos el orgasmo, al fin y al cabo todos somos personas.

IVÁN LASSO CLEMENTE

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