Alicia y Sabina

Cuando las ve juntas, el Macho sucumbe, se siente humillado y alardea de su virilidad, de portar el falo capaz de iluminar a las féminas descarriadas. Y, cuando es ignorado por ambas, sucumbe aún más y se vuelve agresivo. Su agresividad no es esa que necesita el amor carnal, que no fuerza sino pide la entrega pues por medio de ella el amo es esclavo y el esclavo, amo. No, esta agresividad es violencia. El Macho no puede ser apartado, no puede ser ignorado como Macho; sí como hombre, pero nunca como Macho. Y, a pesar de ello, se excita.

Cuando las ve juntas, la Hembra no reacciona mejor: le repugna. ¿Acaso se siente como la fervorosa seguidora de un ídolo que, de pronto, se debilita por no ser seguido por todas y cada una de sus iguales? La Hembra se solidariza con el dolor del macho al ser ignorado porque ve que su esclavitud falócrata, de la que no puede o no quiere liberarse, no es compartida por todas las mujeres. La Hembra sufre porque no todas sufren, busca el sufrimiento de todas en lugar de buscar el alivio de sí misma y no se pregunta acerca de si le gustaría porque teme la respuesta.

(Hay que recordar que el Macho y la Hembra han sido creados por los mismos que se empeñan en crear y destruir otros estereotipos a su antojo, basándose en razones muy oscuras y egoístas que aún no se terminan de discernir).

Pero el hombre y la mujer, cuando las ven juntas, se diferencian del Macho y la Hembra en que callan, miran sólo si les dicen pueden mirar y no actúan. El hombre y la mujer han asumido su lugar como macho y hembra. El Macho y la Hembra no encuentran su lugar como hombre y mujer. Unos son libres porque asumen que su libertad reside en la de los demás. Los otros son esclavos porque quieren ser ellos los únicos libres o que todos sean esclavos.

Cuando están juntas, Alicia y Sabina se olvidan de los machos y de las hembras, de las etiquetas de los insultos y, cuanto más pasan juntas, de los disfraces y los secretos. Las fuerzan a vivir en la mentira y sólo son felices cuando viven en la verdad, a la que abrazan, besan y acarician. Ambas han luchado mucho por su libertad, enfrentándose contra el macho y la hembra que, disfrazados de padres, amigos y opinión pública, trataban de encorsetarlas en unas normas que por no escritas ellos consideraban (y consideran, pues sus ataques no cesan) tácitas y de riguroso respeto. Por esto, cuando están solas y se aman, escuchan música: la música es libre, sale de la libertad del hombre para crear, escapa libre sin dejarse atrapar… Alicia y Sabina quieren ser música, y música son cuando se aman.

El cuerpo de Sabina es una flor que sólo brota ante Alicia. Es delgado, de piel sedosa, de pechos firmes y mesurados con aureolas sutiles y pezones tímidos; de pubis castaño y medroso pero incandescente; de brazos y piernas firmes pero delicadas, frágiles y quebradizas; de manos finas y acompasadas; de pies pequeños y livianos… Su rostro de porcelana, con nariz respingona fina y afilada de muñeca antigua, con media melena castaña en forma de casco, tiene el rictus de princesa de cuento de hadas esperando el beso que la despierte…

Alicia es delgada hasta casi la transparencia, sin más curvas que las de una línea recta; de senos encogidos y pezones desmesurados; de nalgas firmes pero discretas; de brazos y piernas frágiles y quebradizas; de manos alargadas y hasta toscas; de pies espigados y nervudos... Su rostro cenceño, surcado de arrugas prematuras y coronado de blondo cabello corto y ensortijado, tiene un perpetuo mohín de enojado despreció que sólo desaparece delante de Sabina.

Por separado, ambas son envidiadas: Sabina por las mujeres a causa de su piel rosada, su candorosidad fascinante, por su figura proporcionada y estilizada; Alicia lo es por los hombres, porque posee a Sabina.

Pero juntas son, casi siempre, repudiadas. A Sabina la acusan de rebelarse; a Alicia de haber sido siempre rebelde. Para aquellos que gustan de rechazar, es más fácil insultar y denigrar que tratar de comprender y respetar.

Alicia y Sabina, y todas las Alicias y todas las Sabinas, serán eternamente, aún a disgusto de muchos, la verdadera encarnación de la mujer; una mujer que no necesita del hombre para serlo, una mujer que se abastece de feminidad en su propio sexo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario